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Foto: Ignacio Guevara
Por: Carlos Romero Giordano
(...) y desde que llegamos a la gran plaza, que se dice Tatelulcu, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían... cada género de mercaderes estaban por sí y tenían situados y señalados sus asientos.
Inicia así Bernal Díaz del Castillo, el
soldado cronista, la descripción del famoso mercado de Tlatelolco,
dejando la única constancia escrita del siglo XVI con la cual contamos
sobre nuestro tema.. En su relato, describe comercio y comerciantes de
plumas, pieles, telas, oro, sal y cacao, así como animales vivos y
sacrificados para el consumo, verduras, fruta y madera, sin, faltar los
Iapidarios dedicados a sacar las finísimas navajas de obsidiana, en
síntesis, los productos y comercialización de todo aquello indispensable
para la compleja sociedad prehispánica de la gran capital del mundo
mesoamericano que para esos momentos vivía los últimos, días de su
esplendor y gloria.
Hecho prisionero Moctezuma II en compañía de Itzcuauhtzin -gobernador
militar de Tlatelolco-, el gran mercado fue cerrado para desabastecer a
los invasores, iniciándose así la resistencia en un postrer intento por
salvar la nación y su cultura, ya amenazadas de muerte. La costumbre de
cerrar el mercado a manera de protesta o presión se ha repetido con
buenos resultados a lo largo de nuestra historia.
Aniquilada la ciudad, las tradicionales rutas comerciales que
llegaban a Tenochtitlan desde los más remotos confines fueron decayendo,
pero aquel personaje que tenía la encomienda de anunciar la apertura
del mercado, el famoso "In Tianquiz in Tecpoyotl" ha continuado con su
pregón, que seguimos escuchando, si bien de diferente manera, hasta
llegar a nuestros días.
Los reinos y señoríos no sometidos para 1521, como Michoacán, la
inmensa región Huasteca y el reino mixteco, entre otros, continuaron
celebrando sus tradicionales mercados hasta que paulatinamente todas las
regiones de la entonces naciente Nueva España se incorporaron a la
corona española; pero la esencia de aquellas concentraciones, que hasta
ahora van más allá de la simple necesidad de proveerse de alimentos,
sigue representando para las comunidades indígenas y rurales un vínculo
social mediante el cual se refuerzan lazos de parentesco, se concertan
eventos civiles y religiosos, y donde también se toman decisiones
trascendentes para esas comunidades.
UN ENLACE SOCIAL
El estudio antropológico más completo sobre la manera de operar
socialmente un mercado lo efectuaron entre 1938 y 1939 el doctor
Bronislaw Malinowsky, entonces investigador de la Universidad de Tulene,
y el mexicano julio de la Fuente. Dicho estudio analizó únicamente la
forma de operar del mercado de la ciudad de Oaxaca y su relación con las
comunidades, rurales del valle que rodea a la capital de ese estado.
Por aquellos años, la población del valle central oaxaqueño y su
interacción con el gran mercado central estaban considerados como lo más
parecido en su operatividad al sistema prehispánico. Quedó demostrado
que si bien la compraventa de toda clase de insumos era una necesidad,
subyacía una mayor de comunicación y enlaces sociales de toda índole.
No deja de sorprendernos que ambos investigadores subestimaran la
existencia de otros mercados, si bien no tan grandes como el oaxaqueño,
pero que mantenían características muy importantes, como el sistema de
trueque. Quizá no fueron detectados debido al aislamiento en que éstos
existían, pues debieron pasar muchos años tras el fallecimiento de ambos
científicos para que se abrieran brechas de acceso entre otros lugares
interesantísimos por sus sistemas de mercados, como la sierra norte del
estado de Puebla.
En las principales ciudades del país, hasta ya entrado el siglo XX,
el "día de plaza" -que por lo regular era domingo- se celebraba en el
zócalo o alguna plazuela contigua, pero el crecimiento de esos eventos y
la "modernización" impulsada por el gobierno porfirista a partir del
último tercio del siglo XIX condujeron a la construcción de
edificaciones para dar un espacio permanente a los mercados urbanos.
Surgieron así obras de gran belleza arquitectónica, como el de la ciudad
de Toluca, el de Puebla, el famoso mercado de San Juan de Dios en
Guadalajara y caso semejante fue la construcción del oaxaqueño, ampliado
y modificado varias veces en su espacio original.
EN LA GRAN CAPITAL
Los enormes mercados del Distrito Federal rebasan con mucho por su
historia e importancia el espacio del que aquí disponemos, pero el de La
Merced, el de Sonora, o el no menos importante de Xochimilco
constituyen ejemplos que recuerdan sin problema lo aseverado por Bernal
Díaz del Castillo (...) cada género de mercaderías estaban por sí y
tenían situados, y señalados sus asientos. Situación que, por cierto, se
extendió a los modernos supermercados.
En nuestros días, particularmente en provincia, en poblaciones
pequeñas, el día de plaza mayor sigue siendo únicamente los domingos;
eventualmente puede efectuarse una plaza local que funciona entre
semana, los ejemplos son muchísimos y al azar tomo el caso de Llano en
Medio, en el estado de Veracruz, distante aproximadamente dos horas a
caballo de la cabecera municipal que lo es Ixhuatlán de Madero. Pues
bien, Llano en Medio realizaba hasta hace poco su mercado semanal los
jueves, al cual concurrían indígenas náhuatl llevando textiles hechos en
telar de cintura, legumbres, frijol y maíz, con lo que se abastecían
los mestizos rurales que llegaban todos los domingos a Ixhuatlán para
comprar cecina, pan, miel y aguardiente, así como enseres domésticos de
barro o peltre, que únicamente ahí podían adquirir.
No todos los mercados que fueron modernos en su momento tuvieron la
aceptación comunitaria que las autoridades locales suponían; hacienda
memoria recuerdo un ejemplo concreto que debió suceder hacia principios
de los años 40, cuando la ciudad de Xalapa, Veracruz, inauguró su
entonces flamante mercado municipal, con el que se pretendía sustituir
al dominguero de la antigua Plazuela del Carbón, llamada así porque ahí
llegaban las mulas cargadas con carbón de madera de encino,
indispensable en la inmensa mayoría de las cocinas, pues el gas
doméstico era un lujo sólo accesible a unas cuantas familias. La nueva
edificación, espaciosa para la época, fue en sus inicios un fracaso
rotundo; ahí no había venta de carbón, ni de plantas de ornato, ni de
jilgueros de bello canto, ni mangas de hule, ni otra infinidad de
productos que solían llegar provenientes de Banderilla, Coatepec,
Teocelo y. aún de Las Vigas, y que habían servido durante muchísimos
años como punto de enlace entre la comunidad y los comerciantes.
Debieron transcurrir casi 15 años para que el mercado nuevo fuera
aceptado y el tradicional desapareciera para siempre.
Es verdad que este ejemplo refleja el cambio de usos y tradiciones en
una ciudad como Xalapa, capital del estado -que para 1950 estaba
considerado en lo económico el más poderoso del país-, pero, en la mayor
parte de México, en poblaciones más pequeñas o incluso de difícil
acceso, los mercados populares continúan con su tradición y rutina hasta
nuestros días.
UN ANTIGUO SISTEMA DE MERCADO
Me referí líneas atrás a la sierra norte del estado de Puebla, en
cuya inmensa superficie se localizan lo mismo ciudades importantes con
Teziutlán, que infinidad de poblaciones menores hasta hace poco
prácticamente incomunicadas. Esta interesante región, hoy amenazada por
una tala sistemática e indiscriminada, continúa manteniendo su antiguo
sistema de mercados; sin embargo, el más espectacular es sin duda el que
se lleva a cabo en la población de Cuetzalan, a donde llegué por
primera vez en la Semana Santa de 1955.
El aspecto que presentaban entonces todas las veredas que convergían
en esta población parecían gigantescos hormigueros humanos
impecablemente vestidos de blanco, que concurrían con una diversidad
infinita de productos tanto de regiones de la llanura costera como de la
sierra alta, al dominguero y antiquísimo tianguis.
Aquel espectáculo formidable permaneció sin alteraciones sustanciales
hasta 1960, cuando fue inaugurada la carretera Zacapoaxtla-Cuetzalan y
la brecha que comunicaba a esta última con La Rivera, límite político
con el estado de Veracruz y natural con el río Pantepec, imposible de
cruzar hasta hace pocos meses con dirección a la cercana ciudad de
Papantla, Veracruz.
En el tianguis dominical de Cuetzalan el sistema de trueque era
entonces práctica común, por lo que era frecuente que los artesanos
alfareros de San Miguel Tenextatiloya intercambiaran sus carnales, ollas
y tenamaxtles por frutas del trópico, vainilla y chocolate elaborado en
metate o aguardiente de caña, productos estos últimos que también eran
intercambiados por aguacates, duraznos, manzanas y ciruelas que
provenían de la región alta de Zacapoaxtla.
Poco a poco, la fama de aquel mercado en el cual se vendían
bellísimos textiles elaborados en telar de cintura, donde las mujeres
indígenas lucían sus mejores atuendos y se comerciaba con productos de
la más diversa naturaleza, se fue extendiendo y un número cada vez más
elevado de turistas fue descubriendo aquel México hasta entonces
desconocido.
A todos aquellos atractivos enmarcados entonces en una vegetación
exuberante se sumó el inicio de las exploraciones arqueológicas del
centro ceremonial de Yohualichan, cuyo parecido con la ciudad
prehispánica de Tajín, resultó notable y por consecuencia atrajo más
visitantes.
DE INDÍGENAS Y MESTIZOS
Aquel incremento de turismo contribuyó a que productos no comunes
hasta ese momento en el mercado hicieran su aparición paulatina para
ofrecerse en venta, como los multicolores rebozos tejidos en lana
teñidos con añil y bordados en punto de cruz, característicos de las
zonas frías de la porción norte de la sierra poblana.
Por desgracia, el plástico también llegó para desplazar tanto a los
tradicionales cántaros de barro como a los calabazos que eran usados a
manera de cantimploras; los huaraches se han sustituido por botas de
hule y proliferan los puestos de sandalias de producción industrial,
esto último con la deplorable consecuencia de todo tipo de micosis.
Las autoridades municipales han venido actuando y liberado del pago
dominical “por uso de suelo” a los comerciantes indígenas, en tanto han
gravado con un impuesto adicional a los vendedores mestizos.
Hoy día, como sucedía antaño, quienes venden flores, legumbres,
frutas y otros comestibles siguen ocupando su lugar de siempre, como
también lo ocupan los artesanos productores de textiles tradicionales
que a últimas fechas, en algunos casos contados, junto con sus obras
exhiben productos de sitios tan apartados como Mitla, Oaxaca y San
Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Quien desconoce el lugar y sus tradiciones regionales puede creer que
todo lo expuesto se elabora localmente. Los comerciantes mestizos se
instalan alrededor del zócalo y por la naturaleza de sus productos
resultan fácilmente identificables.
VARIABLES Y PERSPECTIVAS
He seguido durante muchos años los cambios y desarrollo de este
fantástico tianguis; la antigua costumbre del trueque ya casi no se
practica, en parte debido a que hoy la inmensa mayoría de las
poblaciones de la sierra están comunicadas, lo que facilita la
compraventa de cualquier producto agrícola, y también porque esta
antigua forma de comercio “no es de gente de razón", adjetivo con el
cual el indígena se refiere al mestizo. Desde siempre la mujer desempeña
un papel determinante en las transacciones comerciales; ellas mantienen
la última palabra para cerrar cualquier negociación y si bien casi
siempre se ubican físicamente un poco atrás de sus maridos, éstos les
consultan invariablemente antes de concluir algún trato comercial. Por
su parte, las artesanas bordadoras del pueblo de Nauzontla, productor
tradicional de la blusa que usan todas las indígenas de la región,
asisten solas al mercado o bien acompañadas de alguna pariente: suegra,
mamá, hermana, etcétera, y operan comercialmente al margen de sus
familiares masculinos.
Es imposible aquí describir con detalle todos los aspectos
socio-antropológicos que distinguen a este famoso mercado, el cual en
buena medida se ha mantenido con muchas de sus particularidades
ancestrales gracias al turismo que lo visita.
El pregonero del tianguis de los mercados prehispánicos ya no canta
para anunciar el inicio del importante evento; en la actualidad, hace
repicar las campanas de la iglesia, despierta con la algarabía de la
concurrencia y en el peor de los casos abruma con el ensordecedor
escándalo de los amplificadores de sonido.
Fuente: México desconocido No. 323 / enero 2004
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